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La independencia de recuperar el esp�ritu de las fuentes
Reflexiones sobre Iom Haatzmaut
�Estamos hoy, en el aniversario n�mero 55 del Estado de Israel, ante una grieta insalvable entre el poder estatal erigido como fin en s� mismo y el contenido emancipador del sionismo sobre el que ese poder se origin�?
Cincuenta
y cinco a�os despu�s de la hora cero, es indiscutible aceptar que la
existencia del Estado de Israel, como entidad soberana y consolidada,
representa el cumplimiento del objetivo principal del movimiento nacional jud�o.
Por otro lado, hablar de los objetivos del estado jud�o independiente es, sin
lugar a dudas, una tarea menos consensuada e incluso poco usual. Cuando la
cuesti�n es afrontada, muchas veces da la impresi�n de que, ante la
abundancia de pol�micas y contradicciones, la conclusi�n derivada es que el
Estado de Israel carece de metas claras. Es m�s, hasta resulta m�s l�gico
pensar que el propio estado se ha convertido en un objetivo en s� mismo.
Cuando
el pasaje de medio a fin tiene lugar y se profundiza, la distancia entre los
logros y las aspiraciones originarias se agranda. La pregunta es si esta tensi�n,
inevitable en la din�mica de cualquier movimiento pol�tico que pasa a ocupar
espacios de poder, puede conducir a una grieta insalvable en el caso del
sionismo y su supuesta encarnaci�n por el Israel contempor�neo. Cuando el
poder estatal pasa a ser un valor superior y una meta sacralizada, se ha
traspasado el l�mite que ya no lo une, sino que lo separa del contenido
revolucionario y emancipador que caracteriz� al movimiento sionista original.
�Estamos hoy, en el aniversario n�mero 55 del Estado de Israel, ante esa
situaci�n? �O acaso ya hemos traspasado el umbral, y la revoluci�n nacional
jud�a se ha transformado hace tiempo en un Leviat�n que, luego de haberse
rebelado contra sus progenitores, se traga a su progenie?
Para
el sionismo hist�rico, de acuerdo a las posiciones dominantes de casi todas
sus corrientes y de casi todos sus l�deres, el estado fue siempre un medio
para concretar una vida jud�a independiente como todas las nacionalidades. El
marco estatal-territorial fue considerado, desde la perspectiva de un liberal
como Herzl a la de un marxista como Dov Ber Borojov, la mejor soluci�n para
el sufrimiento de los jud�os de la di�spora. La soluci�n estatal pondr�a
fin a una larga historia de destrucci�n, exilio, persecuciones y
humillaciones, en la que el exterminio de la mayor�a de los jud�os de Europa
a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial se erige como el
ejemplo m�s extremo del destino tr�gico de la vida jud�a carente de soberan�a.
Un
poder estatal f�rreo
La
creaci�n del Estado de Israel que le sucedi� a esa tragedia no tuvo lugar,
sin embargo, en condiciones locales signadas por la ausencia de conflictos y
enfrentamientos. Si bien la dura y cruenta Guerra de la Independencia fue un
atolladero en gran medida provocado por el ataque en varios frentes de los
vecinos �rabes, el obstinado esfuerzo de cuidar y ampliar el �xito militar y
territorial conseguido en 1948 condujo a la cristalizaci�n de un poder
estatal f�rreo e intransigente. Esta tendencia se vio reflejada
principalmente en el trato del joven estado hacia la minor�a �rabe
palestina, cuya poblaci�n fue v�ctima durante la guerra de casos de matanza
y expulsi�n masivas. El gobierno liderado entonces por David Ben-Guri�n hizo
caso omiso a las voces que defend�an una reparaci�n del da�o provocado (
las de los miembros del Mapam, el partido socialista que, con 19 mandatos en
la Knesset-Parlamento, era el segundo en importancia luego del
oficialista Mapai), y rechaz� toda iniciativa de permitir el retorno de los
palestinos convertidos en refugiados en los combates de 1948.
Otro
ejemplo de c�mo no siempre, en nombre de la seguridad y la tranquilidad, el
accionar del joven ej�rcito israel� ha sido meramente defensivo aun en los
primeros a�os del estado, es la matanza perpetrada en la aldea de Qibya en
1953, en el marco de las llamadas "acciones de represalia". Esta
acci�n se llev� a cabo como parte de la declarada lucha contra �rabes que
cruzaban la frontera con Egipto y Jordania para "infiltrarse" en el
territorio israel� con el objetivo de realizar actos de sabotaje y
terrorismo. En los hechos, en el ataque a la aldea Qibya murieron alrededor de
60 civiles palestinos y fueron voladas 45 viviendas. El comandante de la
unidad de �lite responsable de la matanza era entonces un joven oficial que
comenzaba a ganarse la confianza de sus superiores y cuyo nombre hoy es m�s
conocido: Ariel Shar�n.
Justificadamente
o no, la din�mica de los sucesos no posibilitaba un
"desembriagamiento" del f�rreo camino del estatismo oficial o
"mamlajti�t", en el lenguaje que se usaba para caracterizar
la larga �poca signada por el liderazgo de Ben-Guri�n. Los sucesores de
"El Viejo", como se lo apodaba, tampoco lograron contrarrestar esa
espiral de intransigencia in crescendo. El espectacular triunfo de la
Guerra de los Seis D�as (nuevamente, pese a la dimensi�n defensiva que la
precipit�) se convirti� en una carga existencial inimaginable en los d�as
de la victoria embriagadora de 1967. Pero, una vez constituida la expansi�n
territorial en un hecho consumado -y a la conquista de Cisjordania y Gaza se
le agreg� la dominaci�n sobre una poblaci�n palestina carente de libertad y
derechos-, no faltaron las voces de alerta ante los peligros terribles
contenidos en esta situaci�n colonial.
Lamentablemente,
esas voces resultaron ser las de profetas malditos. Desde entonces, la
consolidaci�n del Estado de Israel fue erosionando cada vez m�s su v�nculo
con el sionismo hist�rico, con sus elementos de renovaci�n y emancipaci�n.
En su lugar, creci� el nacionalismo agresivo y mesi�nico (�el "nuevo
sionismo"?). Hasta el d�a de hoy, y hoy m�s que nunca, los israel�es
somos prisioneros de una locura institucional que el r�gimen de ocupaci�n le
impone a nuestra agenda colectiva e individual. Cuando la vida cotidiana est�
eclipsada, en menor o mayor medida, por el miedo, la violencia y el odio, �cu�l
es el lugar que la aspiraci�n sionista original, la normalizaci�n, ocupa en
su supuesta materializaci�n actual: el poder de un estado que a�n sustenta a
un r�gimen colonialista?
Desandar
el camino de la anormalidad
En
los �ltimos a�os hubo intentos de desembriagamiento, de quitarle lastre a la
pesada carga de la expansi�n del poder estatal-territorial. El primero fue en
1979, con el acuerdo de paz con Egipto garantizado mediante el retiro israel�
del Sina�. Pese a su importancia, fue un paso parcial que escatim� el
principal foco del conflicto, el problema palestino. Ese paso adelante de
Menajem Beguin se vio absolutamente empa�ado por la invasi�n al L�bano, la
guerra librada por Israel m�s controvertida en el "frente interno"
y una de las m�s tr�gicas de su historia (por la cantidad de muertos, por su
extensa duraci�n como "guerra de desgaste" -1982 a 2000-, y por sus
nefastas consecuencias estrat�gicas: la constituci�n de un "nuevo
orden" sin la OLP, pero a la vez tierra f�rtil para el crecimiento del
fundamentalismo islamista).
S�lo
una d�cada m�s tarde hubo otro intento de lucidez, cuando Itzjak Rabin abri�
el camino del di�logo y la conciliaci�n con la dirigencia palestina. Los
hist�ricos acuerdos de 1993 consignaron un proceso in�dito, deseado
fervientemente por muchos y a la vez temido por otros como la peor pesadilla
que podr�a acaecer sobre el pueblo de Israel. Esta "primavera
pacifista", sin embargo, dur� poco tiempo. El asesinato de Rabin marc�
el comienzo de un per�odo de retroceso acumulativo, alimentado tanto por el
terrorismo palestino como por el rechazo israel� a continuar el
desmantelamiento del r�gimen de ocupaci�n iniciado tras el primer Acuerdo de
Oslo.
Hoy
Israel est� empantanada en otra "guerra de alternativa" que, en
nombre de la lucha contra el terrorismo palestino, fortalece e intensifica la
ocupaci�n, un excelente caldo de cultivo para j�venes palestinos dispuestos
a autoinmolarse y ha estallar en pedazos en el seno de la poblaci�n civil
israel�.
Quiz�
en estas circunstancias tr�gicas deber�amos preguntarnos si no ha llegado el
momento de un cambio de concepci�n b�sico y radical. Quiz�s la verdadera
independencia, aqu� y ahora, radica en liberarnos de la embriaguez de la
fuerza y el poder, de la transformaci�n del estado en un valor sagrado, de la
consolidadaci�n de la defensa propia mediante la negaci�n de los derechos de
los dem�s. Un estado soberano, con una fuerza militar capaz de defender a sus
ciudadanos en los marcos de fronteras seguras, esos medios fueron imperiosos
en 1948.
Cincuenta
y cinco a�os despu�s, cuando ese estado est� considerablemente consolidado,
pero a�n no tiene fronteras definitivas ni seguras, cabe preguntarse si la
seguridad y el bienestar de sus ciudadanos no se conseguir�n a trav�s de la
partici�n territorial (como en 1947) que posibilite la inversi�n de recursos
materiales y humanos en el desarrollo de una sociedad civil democr�tica, que
promueva la conciencia moral y la percepci�n cr�tica de sus ciudadanos, as�
como la tolerancia hacia los otros. Al fin y al cabo, no olvidemos que para el
sionismo hist�rico el estado y el poder nunca fueron fines en s� mismos,
sino medios para conseguir un objetivo central: la normalizaci�n de la vida
jud�a.
La
prosecuci�n de la normalidad exige hoy, en m�s de un sentido, desandar un
camino, lo cual no significa ir marcha atr�s. Para seguir andando, pero
recuperando el esp�ritu del sionismo hist�rico, es necesario desandar el
camino del poder mantenido y ejercido para resguardar la integridad
territorial. La senda de la normalizaci�n no puede construirse sino mediante
una ruptura, la ruptura con el estado de cosas que preserva y perpet�a la
anormalidad. La continuidad no puede desembocar en el puerto seguro de la
normalidad. A �l se llegar� construyendo una nueva hoja de ruta, contraria a
los vientos del presente pero inspirada en el esp�ritu de la tradici�n hist�rica.
Mientras tanto, contamos con la independencia de seguir navegando en la
tormenta, sin subirnos a la cresta de ninguna ola.
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