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La independencia de recuperar el esp�ritu de las fuentes

Reflexiones sobre Iom Haatzmaut

Autor: Sergio   Rotbart
�Estamos hoy, en el aniversario n�mero 55 del Estado de Israel, ante una grieta insalvable entre el poder estatal erigido como fin en s� mismo y el contenido emancipador del sionismo sobre el que ese poder se origin�?

Cincuenta y cinco a�os despu�s de la hora cero, es indiscutible aceptar que la existencia del Estado de Israel, como entidad soberana y consolidada, representa el cumplimiento del objetivo principal del movimiento nacional jud�o. Por otro lado, hablar de los objetivos del estado jud�o independiente es, sin lugar a dudas, una tarea menos consensuada e incluso poco usual. Cuando la cuesti�n es afrontada, muchas veces da la impresi�n de que, ante la abundancia de pol�micas y contradicciones, la conclusi�n derivada es que el Estado de Israel carece de metas claras. Es m�s, hasta resulta m�s l�gico pensar que el propio estado se ha convertido en un objetivo en s� mismo.

 

Cuando el pasaje de medio a fin tiene lugar y se profundiza, la distancia entre los logros y las aspiraciones originarias se agranda. La pregunta es si esta tensi�n, inevitable en la din�mica de cualquier movimiento pol�tico que pasa a ocupar espacios de poder, puede conducir a una grieta insalvable en el caso del sionismo y su supuesta encarnaci�n por el Israel contempor�neo. Cuando el poder estatal pasa a ser un valor superior y una meta sacralizada, se ha traspasado el l�mite que ya no lo une, sino que lo separa del contenido revolucionario y emancipador que caracteriz� al movimiento sionista original. �Estamos hoy, en el aniversario n�mero 55 del Estado de Israel, ante esa situaci�n? �O acaso ya hemos traspasado el umbral, y la revoluci�n nacional jud�a se ha transformado hace tiempo en un Leviat�n que, luego de haberse rebelado contra sus progenitores, se traga a su progenie?

 

Para el sionismo hist�rico, de acuerdo a las posiciones dominantes de casi todas sus corrientes y de casi todos sus l�deres, el estado fue siempre un medio para concretar una vida jud�a independiente como todas las nacionalidades. El marco estatal-territorial fue considerado, desde la perspectiva de un liberal como Herzl a la de un marxista como Dov Ber Borojov, la mejor soluci�n para el sufrimiento de los jud�os de la di�spora. La soluci�n estatal pondr�a fin a una larga historia de destrucci�n, exilio, persecuciones y humillaciones, en la que el exterminio de la mayor�a de los jud�os de Europa a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial se erige como el ejemplo m�s extremo del destino tr�gico de la vida jud�a carente de soberan�a.

 

Un poder estatal f�rreo

 

La creaci�n del Estado de Israel que le sucedi� a esa tragedia no tuvo lugar, sin embargo, en condiciones locales signadas por la ausencia de conflictos y enfrentamientos. Si bien la dura y cruenta Guerra de la Independencia fue un atolladero en gran medida provocado por el ataque en varios frentes de los vecinos �rabes, el obstinado esfuerzo de cuidar y ampliar el �xito militar y territorial conseguido en 1948 condujo a la cristalizaci�n de un poder estatal f�rreo e intransigente. Esta tendencia se vio reflejada principalmente en el trato del joven estado hacia la minor�a �rabe palestina, cuya poblaci�n fue v�ctima durante la guerra de casos de matanza y expulsi�n masivas. El gobierno liderado entonces por David Ben-Guri�n hizo caso omiso a las voces que defend�an una reparaci�n del da�o provocado ( las de los miembros del Mapam, el partido socialista que, con 19 mandatos en la Knesset-Parlamento, era el segundo en importancia luego del oficialista Mapai), y rechaz� toda iniciativa de permitir el retorno de los palestinos convertidos en refugiados en los combates de 1948.

 

Otro ejemplo de c�mo no siempre, en nombre de la seguridad y la tranquilidad, el accionar del joven ej�rcito israel� ha sido meramente defensivo aun en los primeros a�os del estado, es la matanza perpetrada en la aldea de Qibya en 1953, en el marco de las llamadas "acciones de represalia". Esta acci�n se llev� a cabo como parte de la declarada lucha contra �rabes que cruzaban la frontera con Egipto y Jordania para "infiltrarse" en el territorio israel� con el objetivo de realizar actos de sabotaje y terrorismo. En los hechos, en el ataque a la aldea Qibya murieron alrededor de 60 civiles palestinos y fueron voladas 45 viviendas. El comandante de la unidad de �lite responsable de la matanza era entonces un joven oficial que comenzaba a ganarse la confianza de sus superiores y cuyo nombre hoy es m�s conocido: Ariel Shar�n.

 

Justificadamente o no, la din�mica de los sucesos no posibilitaba un "desembriagamiento" del f�rreo camino del estatismo oficial o "mamlajti�t", en el lenguaje que se usaba para caracterizar la larga �poca signada por el liderazgo de Ben-Guri�n. Los sucesores de "El Viejo", como se lo apodaba, tampoco lograron contrarrestar esa espiral de intransigencia in crescendo. El espectacular triunfo de la Guerra de los Seis D�as (nuevamente, pese a la dimensi�n defensiva que la precipit�) se convirti� en una carga existencial inimaginable en los d�as de la victoria embriagadora de 1967. Pero, una vez constituida la expansi�n territorial en un hecho consumado -y a la conquista de Cisjordania y Gaza se le agreg� la dominaci�n sobre una poblaci�n palestina carente de libertad y derechos-, no faltaron las voces de alerta ante los peligros terribles contenidos en esta situaci�n colonial.

 

Lamentablemente, esas voces resultaron ser las de profetas malditos. Desde entonces, la consolidaci�n del Estado de Israel fue erosionando cada vez m�s su v�nculo con el sionismo hist�rico, con sus elementos de renovaci�n y emancipaci�n. En su lugar, creci� el nacionalismo agresivo y mesi�nico (�el "nuevo sionismo"?). Hasta el d�a de hoy, y hoy m�s que nunca, los israel�es somos prisioneros de una locura institucional que el r�gimen de ocupaci�n le impone a nuestra agenda colectiva e individual. Cuando la vida cotidiana est� eclipsada, en menor o mayor medida, por el miedo, la violencia y el odio, �cu�l es el lugar que la aspiraci�n sionista original, la normalizaci�n, ocupa en su supuesta materializaci�n actual: el poder de un estado que a�n sustenta a un r�gimen colonialista?

 

Desandar el camino de la anormalidad

 

En los �ltimos a�os hubo intentos de desembriagamiento, de quitarle lastre a la pesada carga de la expansi�n del poder estatal-territorial. El primero fue en 1979, con el acuerdo de paz con Egipto garantizado mediante el retiro israel� del Sina�. Pese a su importancia, fue un paso parcial que escatim� el principal foco del conflicto, el problema palestino. Ese paso adelante de Menajem Beguin se vio absolutamente empa�ado por la invasi�n al L�bano, la guerra librada por Israel m�s controvertida en el "frente interno" y una de las m�s tr�gicas de su historia (por la cantidad de muertos, por su extensa duraci�n como "guerra de desgaste" -1982 a 2000-, y por sus nefastas consecuencias estrat�gicas: la constituci�n de un "nuevo orden" sin la OLP, pero a la vez tierra f�rtil para el crecimiento del fundamentalismo islamista). 

 

S�lo una d�cada m�s tarde hubo otro intento de lucidez, cuando Itzjak Rabin abri� el camino del di�logo y la conciliaci�n con la dirigencia palestina. Los hist�ricos acuerdos de 1993 consignaron un proceso in�dito, deseado fervientemente por muchos y a la vez temido por otros como la peor pesadilla que podr�a acaecer sobre el pueblo de Israel. Esta "primavera pacifista", sin embargo, dur� poco tiempo. El asesinato de Rabin marc� el comienzo de un per�odo de retroceso acumulativo, alimentado tanto por el terrorismo palestino como por el rechazo israel� a continuar el desmantelamiento del r�gimen de ocupaci�n iniciado tras el primer Acuerdo de Oslo.

 

Hoy Israel est� empantanada en otra "guerra de alternativa" que, en nombre de la lucha contra el terrorismo palestino, fortalece e intensifica la ocupaci�n, un excelente caldo de cultivo para j�venes palestinos dispuestos a autoinmolarse y ha estallar en pedazos en el seno de la poblaci�n civil israel�.

 

Quiz� en estas circunstancias tr�gicas deber�amos preguntarnos si no ha llegado el momento de un cambio de concepci�n b�sico y radical. Quiz�s la verdadera independencia, aqu� y ahora, radica en liberarnos de la embriaguez de la fuerza y el poder, de la transformaci�n del estado en un valor sagrado, de la consolidadaci�n de la defensa propia mediante la negaci�n de los derechos de los dem�s. Un estado soberano, con una fuerza militar capaz de defender a sus ciudadanos en los marcos de fronteras seguras, esos medios fueron imperiosos en 1948.

 

Cincuenta y cinco a�os despu�s, cuando ese estado est� considerablemente consolidado, pero a�n no tiene fronteras definitivas ni seguras, cabe preguntarse si la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos no se conseguir�n a trav�s de la partici�n territorial (como en 1947) que posibilite la inversi�n de recursos materiales y humanos en el desarrollo de una sociedad civil democr�tica, que promueva la conciencia moral y la percepci�n cr�tica de sus ciudadanos, as� como la tolerancia hacia los otros. Al fin y al cabo, no olvidemos que para el sionismo hist�rico el estado y el poder nunca fueron fines en s� mismos, sino medios para conseguir un objetivo central: la normalizaci�n de la vida jud�a.

 

La prosecuci�n de la normalidad exige hoy, en m�s de un sentido, desandar un camino, lo cual no significa ir marcha atr�s. Para seguir andando, pero recuperando el esp�ritu del sionismo hist�rico, es necesario desandar el camino del poder mantenido y ejercido para resguardar la integridad territorial. La senda de la normalizaci�n no puede construirse sino mediante una ruptura, la ruptura con el estado de cosas que preserva y perpet�a la anormalidad. La continuidad no puede desembocar en el puerto seguro de la normalidad. A �l se llegar� construyendo una nueva hoja de ruta, contraria a los vientos del presente pero inspirada en el esp�ritu de la tradici�n hist�rica. Mientras tanto, contamos con la independencia de seguir navegando en la tormenta, sin subirnos a la cresta de ninguna ola.