La séptima guerra árabe-israelí
A cuatro años del recrudecimiento de la violencia en los territorios
A cuatro años de su comienzo, se puede concluir, sin temor a equivocarse, que esta Segunda Intifada se trata, en verdad, de la séptima guerra entre árabes e israelíes. Además, y a diferencia de las seis anteriores, tiene una particularidad que la torna aún más dramática: su perpetuidad. Ni los más optimistas se animan a pronosticar cómo y cuándo esta guerra contra el terror va a finalizar; por lo tanto nadie podrá adjudicarse un triunfo en un conflicto en el que, cada uno a su manera, todos pierden.
Los civiles israelíes se transformaron en el blanco predilecto del terror palestino: los más de mil muertos, el daño psicológico y económico y las tensiones morales que dejó este enfrentamiento hasta ahora, no permiten que nadie en Israel pueda alegrarse demasiado, a pesar del éxito con que los servicios de seguridad redujeron la efectividad del terror. Por su parte, la población palestina quedó sumergida en la pobreza y la desesperación. Al abandono y la corrupción de sus dirigentes hay que sumarle la presencia israelí en sus ciudades y la envergadura de las operaciones militares contra los grupos terroristas que trastorna su vida. Quedó claro que la elección de la violencia por parte de Arafat y compañía para resolver sus asuntos con Israel impide cualquier posibilidad de generar una sociedad en donde ir a trabajar o estudiar sea parte de una rutina y no un hecho extraordinario. El caos y la anarquía se apoderaron de la calle palestina. Si algo se pudo demostrar en estos cuatro años es que no se trató sólo de un enfrentamiento entre el ejército israelí y bandas terroristas palestinas. La planificación, la matriz ideológica y material fue decidida por las más altas esferas de la dirigencia palestina, con Yasser Arafat a la cabeza, que en su momento gozaban del reconocimiento de los propios israelíes y de toda la comunidad internacional, y que si bien no gobernaban un país, eran las responsables de administrar la Autonomía Palestina. La táctica de golpear en el corazón de la vida civil israelí no fue azarosa ni empezó por casualidad; mucho menos fue un gesto desesperado de revolucionarios en busca de libertad: se trató de una estrategia definida para doblegar la resistencia ideológica y moral de Israel, para obtener conquistas políticas y territoriales. Cientos de miembros de la seguridad palestina estuvieron involucrados en actos de terror, transportando suicidas y facilitando el acceso a los armamentos. Pero los palestinos no estuvieron solos. Por los menos tres países árabes apoyaron ideológica y financieramente los objetivos de la dirigencia palestina. Una de las últimas cosas que Saddam Hussein pudo hacer antes de esconderse en un pozo fue premiar e incentivar a las familias de los suicidas que se explotaban entre civiles israelíes. Siria e irán, a través de Hezbollah, nunca dejaron de hacerles creer a los palestinos que con la violencia iban a doblegar a Israel. El asesinato de un dirigente de Hamas en las calles de Damasco fue, entre otras cosas, un mensaje para recordarle al presidente Bachar al Asad que en su país todavía se refugian algunos responsables del terror palestino. Se comprobó que Hezbollah, quien no hace nada sin el visto bueno de Siria e Irán, transfirió instrucciones, armamentos y bombas a las áreas palestinas para alimentar al terror. Sin embargo, lo que más preocupa a Israel es el desarrollo armamentístico y nuclear que parece haber alcanzado Irán. De agravarse está tensión no es muy difícil imaginar lo que vendrá: estaríamos en presencia de un enfrentamiento que transformaría todo lo que conocimos hasta ahora en materia de guerra en un juego de niños. A esta hostilidad hay que sumarle un factor que aumenta la profundidad de la crisis: por primera vez en la historia de las guerras de Israel, varios ciudadanos árabes israelíes estuvieron involucrados en actos de terror. Sólo en 2003 se detectaron 78 árabes israelíes como miembros de 35 células que provocaron cuatro ataques terroristas en los que murieron 45 personas. Para hacer frente a esta situación Sharon delegó la tarea al establishment de seguridad israelí, con todo lo que eso significa. Se sabe que no son los militares los que tienen el mejor criterio a la hora de evaluar los límites entre lo legal y lo ilegal, y mucho menos cuando se trata de una guerra en la que no enfrentan ejércitos regulares. Bajo la premisa de que es imposible erradicar por completo al terrorismo que azota las calles de Israel, decidieron enfrentarlo cara a cara, golpeándolos donde fuese necesario porque están convencidos de que la única forma de combatirlo es por la fuerza. La diplomacia y la política, dicen, están para otra cosa. Lo mejor que consiguió la lucha contra el terror a lo largo de la historia mundial fueron victorias pírricas: más allá de sus éxitos militares, dejó a los gobiernos formalmente instituidos siempre derrotados desde el punto de vista moral. Sin embargo, la Administración Sharon considera que ha dado al mundo una lección de que se puede golpear al terror dentro de la legalidad. Y a pesar de que no lo declamen, muchas democracias del mundo creen que en ésta afirmación y piensan en utilizar los mismos métodos para cuando, inexorablemente según su propia opinión, ellos mismos deban soportar situaciones parecidas. EEUU y Europa nunca reconocerán esto públicamente pero saben que Israel mantuvo el equilibrio para no caer en la ilegalidad. La experiencia de pasadas luchas contra grupos terroristas demuestra a las claras que la legalidad de la democracia siempre fue violada en pos de garantizar la seguridad. Israel debe enfrentar este dilema filosófico y moral día a día y sabe que el límite es demasiado delgado. Hoy el mundo político y académico debate qué mecanismos se pueden generar para que las democracias puedan enfrentar la guerra contra el terror sin utilizar los mismos métodos que las bandas terroristas. Es en este sentido que las grandes potencias quieren poner blanco sobre negro pidiéndoles a los países que abandonen una posición neutral: se está contra el terror o se lo tolera. Mientras tanto, a la opinión pública internacional y a la prensa poco le interesan estas cosas. Apuntan sus críticas hacía los gobiernos que son víctimas del terror y diluyen las verdaderas responsabilidades al no llamar las cosas por su nombre: son muy pocos los que dicen que se trata de bandas de criminales terroristas quienes secuestran y ejecutan a cientos de chicos en una escuela de Beslan, quienes estrellan aviones comerciales en edificios de Nueva York, quienes vuelan ómnibus en Tel Aviv, trenes en Madrid o una mutual en Buenos Aires. Desde que asumió, en 2001, Sharon delegó al ejército, a las fuerzas de seguridad y a los servicios de inteligencia las respuestas adecuadas que requiere este inédito escenario de guerra cuya principal arma son los terroristas suicidas. Fueron ellos, entonces, los responsables del diseño de todas las medidas militares que tuvieron como característica esencial la efectividad y la precisión. Los números son contundentes: desde abril de 2002 (cuando fueron reocupadas las ciudades palestinas), 951 terroristas fueron abatidos y 5496 fueron arrestados.
Estos datos demuestran el nivel de protagonismo de los servicios de inteligencia: se necesitan demasiados informantes dentro de los territorios para obtener estos resultados. Los asesinatos selectivos se establecieron como modus operandi luego del linchamiento de los reservistas en Ramallah en el año 2000. Todos aquellos que festejaron alegremente esa acción mientras mostraban orgullosos las manos con sangre frente a las cámaras de televisión no tuvieron tiempo de arrepentirse. A comienzos de 2002 se reocuparon las ciudades palestinas luego de una masacre suicida en un hotel de Natania. También fueron las fuerzas de seguridad quienes más insistieron en la construcción de la cerca de seguridad. Esta combinación de elementos permitió que en el último año la cantidad de civiles israelíes asesinados descendiera marcadamente.
En lo político todo fue mucho más enroscado y la situación debe ser analizada en dos planos: a las grandes ambiciones de Sharon para acabar con este conflicto a su manera hay que contraponerle los intereses de un grupo de políticos que se preocupan más en mantener su poder que en las grandes causas nacionales. Sharon tiene un aval popular interesante que fue refrendado a principios de 2003. Fue un apoyo a la forma en que encaró esta guerra contra el terror palestino. Y porque sabe que esta guerra puede perpetuarse quiere acelerar sus planes: necesita que se concrete la retirada de Gaza para obtener legitimidad en su guerra contra el terror y huele que si tiene éxito, él y su partido tienen serias posibilidades de gobernar el destino de Israel por muchos años más. Pero un sector de su partido tiene otras ideas y piensa más en el día a día: son pocos los parlamentarios del Likud que levantarían la mano para apoyar el plan de desconexión. Ante este escenario, Sharon tendrá dos opciones que parecen imposibles de llevar adelante, teniendo en cuenta el apoyo popular con que cuenta y su historia política y militar: algunos analistas arriesgan la posibilidad de que pueda pactar con los partidos árabes para obtener su voto en el parlamento o llamar a nuevas elecciones. Ninguna de estas posibilidades entusiasma a Sharon, quien aún confía en que, a la hora de la verdad, los más importantes líderes del Likud lo apoyarán. Sabe que Benjamín Netanyahu y Silvan Shalom, entre otros, no lo harán por convicción ideológica, sino porque les conviene que sea él quien haga el trabajo sucio de levantar las colonias para que luego ellos puedan proyectarse políticamente con el camino despejado. No sería conveniente tirar mucho de la cuerda: los colonos están exacerbando la demonización del primer ministro y montaron un escenario político muy similar al que se vivió los meses previos al asesinato de Rabin. Los servicios de seguridad israelíes extremaron las medidas de seguridad para evitar el segundo magnicidio en la corta historia de Israel.
Como están las cosas, esta guerra árabe israelí promete seguir como hasta ahora. La desconexión le podría permitir a Sharon legitimizar un poco la lucha contra el terror que no tiene intenciones de abandonar. Pero así como este conflicto es una sucesión de malas noticias, más de un analista político ve algún resquicio para que una vez concretada la retirada israelí de Gaza pueda surgir algún liderazgo palestino (se habla mucho del ex ministro de seguridad palestino, Mohammed Dahlan) capaz de detener el terror y abrir canales de diálogo político con Israel.
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